Un peregrino se propuso llegar al País de la Verdad. Colocó su mochila en el suelo y empezó a preparar el equipaje para la gran aventura.
El problema era que lo que tenía que llevar era mucho...Le costó mucho tiempo prepararlo todo; necesitó la ayuda de su madre. Al final tuvo que dejar algunas cosas sin meter.
Por fin llegó el día de partir y cargando su mochila al hombro emprendió el camino. ¡Qué largos y pesados se le hacían algunos días ¡Cuántas expectativas llevaba en el corazón! Con tal sobrecarga quedaban molidas las costillas. Hubo también días en que fue maravilloso: El pasaje, el camino, y sobre todo los compañeros de viaje. No pocas veces les tuvo que echar él una mano y en otras su compañía, consejo y ayuda que le resultaron a él de inestimable valor ¡Jamás habría podido llegar solo a la meta! Cuando necesitaba recobrar fuerzas, se detenía con sus compañeros.
Esas paradas le eran absolutamente necesarias para descansar y tomar alimentos, pero sabía que no podía abusar de ellas, puesto que así nuca alcanzaría su objetivo. Es lo que ocurrió con un buen amigo suyo. No quiso deshacerse de parte del peso y comenzó a detenerse en todas partes. Claro, así terminó por perderle de vista...
Una de las jornadas fue tan dura y pedregosa que su pies terminaron reventados. Cuando llegó a un puesto de socorro, le tuvieron que curar un montón de heridas. Y así, día a día..., mes a mes...descanso a descanso...nuestro peregrino llegó a la meta.
Cuentan que en el País de la Verdad fue feliz, y que tanto le gustó la aventura que todos los años quiso emprender un gran viaje hacia nuevas metas.
5 comentarios:
Muy bonito este relato. Mis felicitaciones. Saludos cariñosos. Victoria.
Buen relato Lucía, lo malo es que muchas veces no sabemos dónde está la meta.
Besos
Relindo el relato aunque, como dice Katy, hay que saber donde está esa primera meta y qué cargas debemos dejar.
Pero como reflexión es impecable, gracias.
Besotes.
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Hermoso relato que disfrute mucho, bello blog.
Besos
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